
Se ha dicho mucho sobre la educación de las niñas: que no se les debe negar ser definidas por su género, que tienen el derecho exigir igualdad y que sus voces deben ser escuchadas. Sin embargo, no se ha escrito mucho sobre el papel de los padres en la crianza de estas jóvenes.
He escuchado a muchos padres afirmar: “No soy un misógino, pero creo que los roles de las niñas son muy diferentes a los de los niños, y deberíamos aceptar esto como un hecho de la vida.” Como orgullosa feminista y madre de cuatro niñas, declaraciones como estas me molestan muchísimo. Actitudes prejuiciosas como estas siembran semillas de misoginia temprana en la mente y la vida de los niños y luego se perpetúan en las generaciones futuras.
Si uno se propone a pensar, no creo que podamos fingir no tener ideas misóginas. Los signos de prejuicio de género están en todas partes: en nuestros hogares, escuelas, espacios públicos, películas, literatura, anuncios, noticias, programas de televisión. Los prejuicios se han propagado en todos los aspectos de nuestra vida. Inevitablemente, es nuestra elección qué hacer cuando nos damos cuenta de este hecho: podemos continuar el ciclo o excluirnos conscientemente y hacer un cambio consciente.
Una forma en que podemos detener el ciclo sexista es volviéndonos más conscientes de nuestro lenguaje. Por ejemplo, podemos observar las palabras que usamos para elogiar a las niñas pequeñas: “agradable”, “dulce” y la siempre omnipresente “niña buena”; para los niños usamos “fuerte”, “duro”, “valiente.” La forma en que hablamos con nuestros hijos se convierte en parte de su subconsciente y la forma en que hablamos de ellos se convierte en sus historias de vida.
El lenguaje es también el hilo que construye el discurso en torno a las identidades. Si las niñas son sólo “amables” o “dulces,” entonces sus identidades se restringen y luego buscan activamente protección de los hombres que son “duros” y “fuertes.” No nos debemos confundir: ¡las dicotomías deformadas y restrictivas se establecen para los niños desde una edad muy temprana!
La misoginia siempre nos pilla desprevenidos, ya sea a través de una broma sexista o un comentario frívolo. “¿Vas a seguir intentando para tener un niño?” era uno que solía escuchar todo el tiempo. “Tu pobre esposo, viviendo en una casa con tanto estrógeno,” es un viejo ‘favorito.’ El sexismo puede manifestarse en la forma en que los hombres de la familia hablan con las mujeres de la casa; qué llega a decir quién, con qué autoridad y qué efectos causa. Como las esponjas, los niños absorben esto y lo internalizan para uso futuro.
Los prejuicios de género llegan a nuestros hogares de muchas maneras: muñecas para niñas y autos para niños, rosa para niñas y azul para niños, baile para niñas y deportes para niños. Sí, los niños finalmente muestran agencia hacia su elección, pero no se puede negar que sus elecciones a veces están influenciadas por puntos de vista de la sociedad sobre las normas de género.
Una cosa que quiero que mis niñas aprendan es que los niños tienen sus propias fallas y frustraciones con las que lidiar y les dan las herramientas para manejarlas por sí mismas en caso de que un niño las desate. En términos de política de género en las relaciones, encuentro que cuando los hombres se sienten inadecuados, se desquitan con las mujeres, y cuando las mujeres se sienten inadecuadas, se desquitan con ellas mismas. Quiero que mis hijas no sean duras con ellas mismas solo porque un chico les haya proyectado sus deficiencias.
Eso me lleva a otro tema crítico: las niñas y sus cuerpos. Me horroriza pensar en la presión que ejercemos sobre nuestras chicas para que tengan cierto tipo de cuerpo y se vean de cierta manera. Me entristece ver a las jóvenes sentirse inferiores solo porque no encajan en el molde de lo que la sociedad cree que deberían verse para ser consideradas “aceptables.” Todos necesitamos tener conversaciones abiertas sobre cómo no debe haber conformidad cuando se trata de tipos de cuerpo y color de piel. La belleza tiene un final abierto y no debe definirse por ideas preconcebidas obsoletas y arcaicas.
Cuando hablamos de misoginia y diferencias de género, normalmente surge el tema de la seguridad. Los padres tratan de poner límites sobre cómo se visten las niñas, o dónde deben ir sus niñas y cuándo, mientras que los niños están dando mucha más libertad. Entiendo la preocupación por haber vivido situaciones desafortunadas yo misma, pero también me preocupa que limitar a mis hijas así se convierta en un ejercicio más sexista que moralista. Ya puedo escuchar a mi frustrada ‘yo más joven’ gritar: “¡Todo lo que hago, digo y uso está siempre listo para ser inspeccionado! ¡Mientras tanto, mi hermano puede salirse con la suya solo porque es un niño! ” ¿Qué injusticia es eso?
En lugar de simplemente poner la responsabilidad en nuestras niñas por su seguridad, ¿no deberíamos tener más conversaciones con los niños sobre lo que pueden hacer para que este mundo sea más seguro para las niñas?
El ícono feminista Gloria Steinem dijo la famosa frase: “El primer problema para todos nosotros (hombres y mujeres) no es aprender, sino desaprender”. Es cierto que tengo mucho que desaprender, pero espero que al hacerlo pueda ayudar a mis hijas a superar la toxicidad de la misoginia y crecer para ser “fuertes”, “duras” y “valientes.”